¡Domestícame!

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Porque el que enseña incertidumbres es un inepto,

no un maestro.

 Y yo… virtual e indemne tengo un imperativo:

que no es una verdad submarina, oceánica e inasible,

o indiscernabilidad de un alma acuática.

Es episteme, chispa y hazaña;

no es ciencia especulativa sino exacta;

linealidad con ciclos discernibles…

El amor… tan amplio y noble sentimiento,

es eso que lo cambia todo.

El rencor no lo es;

corroe el alma y envenena,

te encarcela y somete a fatigas absurdas,

enfría la mirada y enturbia;

es de escaso criterio.

Pero, el aprendizaje es un proceso activo,

preciso, claro y profundo,

con arrojo, bondad y sacrificio;

allí, donde el tiempo dobla

y las distancias se unen;

crecen plantas y enebros

en la campiña, valles y cerros;

nace la azucena, el clavel y la dalia

y los crisantemos limpian el aire.

El amor es tácito e indisimulable,

implícito en mares, puentes, ríos y lagos;

escucha el tañido del viento y la lluvia

en una constante extraordinaria

abriendo puertas, umbrales y caminos

 se proyecta en la exégesis del Libro

(un cerebro activo no degenera),

sé su amigo…