Fui por un camino extraordinario,
donde me encontré con un hombre extraordinario
que hablaba de asuntos extraordinarios
con propósitos medularmente extraordinarios.
Al mirarme, se imaginó de mí cosas extraordinarias
y me quiso con pasión notoriamente extraordinaria;
conversábamos invariablemente de tópicos extraordinarios.
Yo, me sentía feliz con mi hombre extraordinario
(constituimos un matrimonio consuetudinario),
y vivíamos en una casa arquitectónicamente extraordinaria
e íbamos a hermosos lugares extraordinarios,
además, conocíamos gente peculiarmente extraordinaria.
Éramos extraordinariamente felices;
formábamos una pareja realmente extraordinaria
y tuvimos una hija también extraordinaria.
Nuestra felicidad era definitivamente extraordinaria.
Sin embargo…